Hermandad del Gran Poder

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Escapulario

1ª parte

Hermandad del Gran Podern la creencia común popular, devoción al escapulario del Carmen equivale a devoción a la Virgen del Carmen. Un cambio de valoración, explicable con l buena fe. Sin embargo, en realidad se trata de dos cosas distintas en teoría, y deben serlo también en la práctica.

El Escapulario tiene una razón de medio; la devoción, por el contrario, es fin, al cual debe conducir y desembocar el Escapulario.

Igual que con otros fenómenos devocionales, es difícil poder establecer con precisión los orígenes de la devoción al Escapulario del Carmen. Es más fácil señalar las fases de crecimiento.

Del Escapulario Carmelitano no hay huella en la Regla, o “Norma de vida”. Tampoco lo recuerda la Ígnea Sagitta.

Primeros documentos, que hablen de él en el siglo XII son las Constituciones, en su doble redacción: 1281, en Londres; 1924, en Burdeos. Se prescribe que todos los religiosos tengan dos túnicas y dos “capuchas”, o sea, como se especificará más tarde, dos “escapularios con capucha”; además se dice que todos los frailes duerman con la túnica y el escapulario bajo grave pena, a excepción de los enfermos. Igualmente, las “Actas” del capítulo general de Montpellier, en 1287, ordenan que la capa blanca, introducida recientemente, sea confeccionada de forma que deje visible y discernible el Escapulario, “hábito de la Orden”.

Durante el siglo XIV, ninguna indicación en Bacouthorp, en Chemineto, en Oler, ni en el Chronicon. El primero que se ocupa a propósito es Riboti, que trata de él en el libro VII, reservado totalmente a la forma de vestir del carmelita. Además del uso monástico, evidencia el simbolismo. Había que llevarlo siempre, de día y d noche, con la máxima diligencia, porque significaba el “yugo” de Cristo compendiado en la praxis de la obediencia: esa obediencia, que se prometía como único voto, en el acto de la profesión religiosa, porque era como el reflejo del acto con el que Cristo realizó la redención humana.

En una perspectiva tan típica y peculiar, se explica y se justifica el rigor de las posteriores sanciones canónicas, que a primera vista podrían parecer crueles e irracionales. Quitarse el escapulario, en efecto, quería decir, jurídicamente, desprenderse del “yugo” de Cristo, apostatar de la disciplina monástica abrazada, abdicar del servicio de Dios en el cuadro de la vida consagrada.

Inicialmente, por lo tanto, el escapulario se le reservó una especial veneración por un motivo disciplinar cristológico, más bien que mariano. Durante más de un siglo y medio desde los orígenes, no resulta que el escapulario haya sido gratificado con una impronta mariana; dicha impronta la recibió más tarde, lentamente, modestamente, hasta alcanzar un grado tal de afirmación, que legitimó, en cierta manera, su identificación con la piedad misma de los Carmelitas a María. Y fue tanta su relevancia, que condicionó incluso el oficio litúrgico del 16 de Julio.

Y es necesario admitir que, a pesar del bajón general en el culto mariano en estos últimos decenios, la devoción al Escapulario resiste. Es más se podrían reconocer incluso signos indudables de una refloración más vigorosa.

En la estima del mismo magisterio de la Iglesia, además, lejos de mostrar desprecio y marginación, lo vemos vivamente recomendado por los últimos Papas.

Como botón de muestra podemos citar un testimonio de primera calidad: el de Pablo VI. En la encíclica Marialis cultus, proclamaba como devoción verdaderamente “católica” la del Escapulario del Carmen, junto con el santo Rosario. Y, delegando en el Cardenal Rodolfo Silva Henriquez para que lo representara en el Congreso internacional mariológico- mariano en Santo Domingo, no dudaba en declarar, con autoridad, que es Escapulario del Carmen es uno de esos ejercicios y una de esas prácticas de devoción mariana “mayormente recomendados por el magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos” y favoreciendo por el vaticano II.

Deseosos de poner en evidencia el valor y la incidencia del Escapulario, hoy en día, vamos a dar algunas anotaciones acerca de su estructura y de su eficacia.

P. Eugenio Mas Lacave O. C. D



2ª parte



1. ESTRUCTURA

Hermandad del Gran Podern una de sus enfáticas efusiones, Bostio designa al Escapulario con el nombre de “sacramento”, o Sea signo emblemático de la ternura de María.

Con rigor, el Escapulario no es, ni se podría llamar propiamente un sacramento, como defiende algún autor (Marcelo del Niño Jesús, O.C.D.: El Escapulario, sacramento de María). No es, ciertamente, uno de los siete signos sensibles, de institución divina, para conferir o aumentar la gracia santificante, vida del alma; y que en la terminología clásica de los teólogos se llaman “sacramento”:”ni más ni menos”, según el Concilio de Trento. Propiamente entraría en la categoría de los sacramentales, o sea, signos tangibles, que instituidos por la Iglesia, hacen al fiel más o menos partícipe de la linfa vital del cuerpo místico de Cristo.

Fundamentalmente, por lo tanto, el Escapulario es un signo. Su componente visible está constituido por la parte de la divisa monacal, que, antiguamente se llamaba super-umerale. Riboti la describe así: una vestimenta, abierta por los dos lados, sin mangas, bajando hasta los riñones que cubría simultáneamente el pecho y la espalda. De aquí proviene su triple denominación: escapulario, de “scapulae” (espalda); capucha, de “caput” (cabeza); y escapulario con capucha, uniendo los dos términos anteriores.

Con el pasar de los años, para comodidad de los fieles, deseosos de tomar parte en la vida de la Orden y de compartir los favores espirituales, el Escapulario quedó reducido a unas dimensiones más modestas y dio origen al pequeño hábito en uso hoy día. Este consta de dos trocitos rectangulares de lana, color marrón, unidos en los ángulos superiores por dos cintas, o colores, formando un circuito cerrado, por el cual se mete la cabeza, y las dos piezas vienen a caer, una sobre el pecho y la otra sobre la espalda. No es necesario que lleven pintada o cosida ninguna imagen u otro reclamo.

El Escapulario pertenece a la categoría de los signos. Sin embargo, no trata de un signo natural, como sería por ejemplo, el humo respecto al fuego, al que se une intrínsicamente. Sino que es un signo convencional, o arbitrario, como, por ejemplo, la alianza nupcial, que es asumida como signo visible de amor recíproco, de unión indivisible, de fidelidad inviolable entre los cónyuges.

Signo convencional, por tanto, el Escapulario no implica por naturaleza una conexión intrínseca entre la materialidad del signo y la realidad trascendente significada por él. Para establecer una capacidad representativa y una fuerza evocadora entre los dos términos –signo y significado- se requiere necesariamente una intervención desde el exterior; una deliberada, “arbitraria” decisión.

El factor competente, determinante, para el caso, es solamente el magisterio de la Iglesia, desde el momento que se trata de un “sacramental” de la Iglesia.

Ahora bien, a favor del Escapulario, es históricamente conocido que la Iglesia ha intervenido en numerosas ocasiones: para esclarecer el contenido, para defenderlo de eventuales ataques, para reconfirmar los “privilegios”. También en tiempos recientes. Basta pensar en Pio XI, pero sobre todo Pio XII, Pablo VI y el mismo Juan Pablo II.

Pio XII, el Papa Pacelli, inscrito desde muy joven en la Confraternidad del Escapulario, dictó para el Escapulario del Carmen su “carta magna”, con el rescripto “Nominen profecto batet” del 11 de febrero de 1.950; y una conclusión posterior con el discurso del 6 de agosto de ese mismo año, dirigido a los doce mil peregrinos en Roma para el Congreso carmelitano Internacional.

De estos preciosos documentos, particularmente del rescripto, emergen, con toda claridad, la naturaleza y las implicaciones del Escapulario del Carmen. Entresacamos los siguientes puntos

1) El Escapulario -“hábito mariano”- es signo y prenda, al mismo tiempo; signo de pertenencia María; prenda de su materna protección, no sólo en la vida, sino en la muerte.

Como signo, y signo convencional, el Escapulario señala o significa tres componentes estrechamente relacionadas: primero, engregación a una familia religiosa, particularmente devota a la Virgen

1) María, singularmente amada por María, como es la Orden del Carmen; segundo, consagración a María, entrega y confianza en su Corazón Inmaculado; tercero, estímulo e incitación a conformarse con María, imitación de sus virtudes, sobre todo la humildad, la castidad y el espíritu de oración.

Vemos, de este modo, establecido oficialmente el nexo entre signo y significado: autorizada y consoladora designación por parte del magisterio.

Nos limitamos a subrayar el tenor de sabiduría y de prudencia en las expresiones. Aún refiriéndose expresamente al “privilegio sabatino”, el Papa no señala ni minimamente al “primer sábado” después de la muerte, ni tampoco a una “bajada de María en persona al Purgatorio”, como se decía en la “Bula Sabatina”.

Ni que decir tiene que el mismo Papa Pio XII prescinde de toda referencia a las dos “tradicionales” visiones: la de San Simón Stock y la del Papa Juan XXII.

Abstrayendo completamente de tales “visiones”, Pio XII se refiere más bien y repite dos antiguas intervenciones de la Sta. Sede a favor del Escapulario, es decir; la constitución de Clemente VII, “Ex clementi”del 12 de agosto de 1.530, llamada precisamente “Bula Clementina”; y el decreto, emanado el 15 de febrero de 1.613 por la Suprema Santa Inquisición, como consecuencia de violentas acusaciones contra el Escapulario, y ratificado por el Papa Pablo V.

Con tal documento, los padres carmelitas quedaban autorizados para predicar con toda libertad que el pueblo cristiano puede devotamente creer en al poderosa intercesión, en los méritos y en los sufragios de la Bienaventurada Virgen: en virtud de tanto poder ella ayudará, después de la muerte, especialmente en el día del sábado –día de la semana especialmente dedicado a ella- a las alumnas de los hermanos que, habiendo muerto en gracia, hubiesen vestido devotamente durante su vida el santo escapulario…

Enseñanza de la Iglesia tanto más válida, cuanto más eficaz es la omnipotencia suplicante de María; tanto más vital y actual, cuanto más conforme a las declaraciones más recientes del Vaticano II acerca del cuidado maternal de la Bienaventurada Virgen hacia todos sus devotos, indistintamente , hasta que no hayan conseguido la eterna bienaventuranza

En base, por tanto, a tanta deferencia y a tanto estímulo por parte del magisterio eclesiástico, no hay verdaderamente que temer nada acerca de la suerte del Escapulario, en el futuro.

Aunque algún día se llegase a demostrar –con pruebas irreprensibles- que es históricamente infundada la aparición de la Virgen a San Simón Stock e infundada su promesa, el Escapulario mantendrá igualmente su valor salvífico. La estima y el aliento de la Iglesia –ayer y hoy- son la garantía para su futuro.

Para confirmar esto, se hace oportuno, el reclamo –a nivel práctico- de un criterio prudencial, que es éste.

En las formas de devoción mariana relacionadas con un objeto externo, tangible –rosarios, escapularios, medallas, distintivos- el significado, el valor, la eficacia no se derivan de la materialidad del objeto: oro, plata, bronce, aluminio, paño, ect… y tampoco de cualquier visión correlativa o revelación privada: de hecho San Pio X, desde 1903 con su rescripto Sacrorum Antistitum, recordaba que las devociones privadas –comprendida la des Sagrado Corazón de Jesús- obtienen su consistencia y su eficacia no de revelaciones privadas, sino de su conformidad con la enseñanza de la Iglesia. El valor y la eficacia dependen, antes que nada de la sintonía de la devoción que sea con los dictámenes de la fe, y después de la aprobación y de las recomendaciones por parte de la Iglesia.

Y un criterio así debería ser el sello para evitar engaños; el más indicado remedio contra eventuales ilusiones y desilusiones.

P. Eugenio Mas Lacave O. C. D



3ª parte



2. EFICACIA

Hermandad del Gran Podern cuanto “signo”, el Escapulario goza, por naturaleza, de una incidencia sólo relativa. Relativa al objeto significativo; relativa al sujeto al que está destinado. Su eficacia, en efecto, resulta, en concreto, condicionada: sea por las coyunturas ambientales de tiempo y de lugar; sea por la personalidad misma del individuo, por su extracción social, por su educación religiosa, por su sensibilidad, por sus gustos.

De aquí brotan, por lo tanto, unas preciosas consecuencias pastorales que no hay que descuidar.

En algunas regiones, el Escapulario puede estar bien visto, puede gustar, ser llevado con agrado. En otras, por el contrario, podría resultar un signo hostil, repelente. Al pastor de almas le toca, por eso, la misión de saber discurrir los signos, que lo hagan efectivamente provechoso. Por mucho que desee promover el culto de María, no le es lícito imponer a la fuerza el uso del Escapulario, sino proponerlo con discreción, en el convencimiento de que no es el medio, único e indispensable, sino uno de los medios subsidiarios para honrar a la Madre santísima de Dios y de conseguir su benévola asistencia en al vida, en al muerte y después de la muerte.

Como es también deber del pastor de almas recordar a todos, aspirantes o inscritos, que el Escapulario no es un signo mágico: un amuleto, un talismán. No hasta llevarlo materialmente para conseguir los “privilegios”; sino que se requiere buena voluntad, que colabore con la gracia de Dios. Advertía Pío XII: “No piensen cuantos lo llevan que puedan alcanzar la vida eterna entregándose a la pereza y a la desidia”.

Signo de entrega y de consagración a María debería servir de despertador para acordarse siempre de María; para vivir bajo su mirada materna; para no hacer nunca nada que la pueda disgustar ; para trenzar con Ella una amorosa relación de familiaridad, análoga a la que mantuvo el evangelista San Juan, después que Jesús se la confió como madre (Ju 19,27), como sugerían-entre otros- Paleonidoro y Bostio.

Así actuada, la devoción al Escapulario del Carmen nos hace vivir, con María, las dos actitudes fundamentales de Cristo mismo: la gloria del Padre y la salvación de la almas. De tal forma, a través de María, nos hace concurrir a establecer en los corazones el mensaje evangélico, el reino de Dios.

Al término del recorrido que hemos hecho, si arrojamos una mirada retrospectiva, no tenemos más remedio que alegrarnos de los resultados conseguidos, como contribución, que también los hijos del Carmelo han hecho para que se cumpliera el vaticinio de María: “Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” .

Históricamente, en los principios, sobre la veneración de nuestros padres hacia María actuó, como primera causa, una sincera “especial devoción”, como lo dicen Vineta, Hornby, Oler, Riboti, Malines, Bradley, Bostio, etc...

Jurídicamente, dicha veneración fue potenciada por la dedicación a la Bienaventurada Virgen de su primer oratorio, erigido en el Monte Carmelo, en los alrededores de la Fuente de Elías.

Con el tiempo brotan tales y tantas expresiones de piedad mariana, que hicieron de aquel núcleo dispar de ermitaños una “Orden mariana” por excelencia: la Orden de la Bienaventurada Madre de Dios y siempre Virgen María del Monte Carmelo.

Colocado en medio de las celdas, aquel oratorio simbolizaba la posición de privilegio –una posición central- reservada a la Virgen María en planificación, en la estructura, en la finalidad del Carmelo: en el tenor de vida carmelitana, María es un factor esencial, insustituible, ineliminable, como es insuprimible –reservada la proporción debida- en el plan actual de la salvación humana. Y lo hemos escuchado repetir muchas veces a nuestros autores; la ausencia de su culto, el enfriamiento de su devoción, convertirían al Carmelo en algo “árido y estéril”. María, en efecto, es la razón de su ser, junto con el obsequio de Jesucristo, bajo la moción del Espíritu Santo, para gloria del Padre.

Reducido a un montón de escombros, aquel pequeño oratorio, en sus aún emergentes rudimentos, queda hoy, a distancia de siglos, como testimonio elocuente de un férvido culto rendido por los hijos del Carmelo, a la gran Madre de Dios, su Patrona, su Madre, su Reina y su Hermosura.

Ni el paso del tiempo, ni la malicia del hombre consiguió sofocar o suprimir el inherente dinamismo mariano. A partir de aquel oratorio, iglesia matriz de la Orden, se fueron erigiendo y multiplicando casi milagrosamente, iglesias marianas en todas las regiones, comprendida esa joya de Basílica, la “Stella Maris”, que continúa en aquel lugar, la misión y la irradiación.

La semilla de “especial devoción”, amorosamente cultivada por los nuestros, no tardó en crecer y convertirse en un árbol gigantesco. Y broto de piedad mariana, que se hizo universal, católica, universalmente conocida como Devoción a la Virgen del Carmen, o del Carmelo.

Enraizadas en las prerrogativas marianas más cercanas al corazón, bajo el influjo preponderante del ideal característico del Carmelo, dicha devoción se fue explicitando a través de una variedad de actitudes, preñadas de interioridad, de familiaridad, de identidad. En María, en efecto, los carmelitas reconocieron sucesivamente y con preferencia, una patrona, una madre, una hermana; y con Ella se comportaron, consiguientemente como súbditos, hijos y hermanos.

No se excluye que otros institutos religiosos hayan nutrido hacia María los mismos sentimientos; pero es indudable que el carisma propio de los carmelitas le ha impreso a sus relaciones marianas una sobresaliente nota de intimidad.

Muchas y variadas son las gemas que brillan alrededor de la cabeza de María, Mujer Apocalíptica: gemas ofrecidas por todos los pueblos y naciones. Entre ellas no última, ni la menos apreciada –así lo esperamos- aquella elaborada por la preferencia y por la ternura de los hijos del Carmelo.

A finales del siglo XV, precisamente en 1.499, el carmelita Juan Marí Polucci de Novellara adornaba, con un Estandarte Carmelitano su obra “Vida de San Alberto de Sicilia”. Sobresale en el centro, sentada en un trono, con el Niño de Jesús sobre las rodillas, la Bienaventurada Virgen, como la Mujer del Apocalipsis (Ap 12,1): rodeada de rayos solares; la luna por pedestal de sus pies; la cabeza ceñida por una corona de doce estrellas.

De su mano derecha parte, volteando, una cinta con la inscripción: “Sou Madre Hermosura del Carmelo”.

Enseñanza muy apropiada y adivinada. A modo de una autodefinición, expresa sintematicamente, incisivamente, las relaciones de la Bienaventurada Virgen con los hijos del Carmelo. Es tan emblemática dicha figura, que recogió enseguida el común aplauso. De hecho la vemos reproducida en el frontispicio de numerosas obras.

No es improbable que ese estandarte –además de inspirar, al menos simbólicamente, la estructura del escudo de la Orden- haya sugerido a los gremiales del Capítulo general reunido en Venecia en 1.524, como idea y parte central del nuevo sello del prior general de la Orden, esa típica representación de María. Se sabe que hubo que confeccionar entonces un nuevo sello para sustituir al robado por Esteban Govennis, que, después de la muerte del general

Bernardino de Siena, se había proclamado él mismo arbitrariamente Vicario General, mientras que la Santa Sede había asignado dicho encargo a Nicolás Audet.

¡Madre y Hermosura del Carmelo, María!

En este reclamo velado a la bondad de la Bienaventurada Virgen, a su belleza, a su prestigio respecto al Carmelo, no dudamos en divisar, vigorosamente esculpidas, las relaciones mutuas entre los dos términos del binomio: María y el Carmelo; el Carmelo y María.

¡Madre y Hermosura del Carmelo!. Declaración sintética de una recíproca “correspondencia de sentimientos amorosos”; expresión concisa de un suceso extraordinario, vivido por los Carmelitas con María en los primeros siglos de su historia.

Madre y Hermosura del Carmelo a nivel de una ejemplaridad trascendente, evidenciada por Baconthorp y revocada sucesivamente por Chemineto, Hildesheim, Hornby, Riboli, etc... Ejemplaridad que impulsó a Bostio a proclamar a María instituidora, legisladora, fundadora primaria de la Orden Carmelitana. Ejemplaridad, que fundamenta y justifica en los hijos del Carmelo las relaciones de filiación y de fraternidad con María.

Madre y Hermosura a nivel de una finalidad institucional, afirmada por Baconthorpe, confirmada después por Grossi, Bradley, Paleonidoro, Bostio ect..repetida por los superiores de la Orden, admitida en numerosas ocasiones oficialmente por la Santa Sede.

¡Madre y Hermosura del Carmelo! Claro reflejo de un patronato voluntario y amorosamente atribuido a Ella sobre el Carmelo, con el reconocimiento de un poder, indiscutible en incondicional, sobre las personas, sobre las cosas: posesión y dominio –confesado por humanidad, sin duda alguna- de Ella, “Señora del lugar” por todos los autores antiguos.

¡Madre y Hermosura del Carmelo, María!

Esta aserción equivale a una estrecha relación de cordialidad, de familiaridad, de intimidad, por parte de los hijos del Carmelo con la Bienaventurada Virgen, en armoniosa sintonía con su carisma típico y en fiel correspondencia con sus exigencias. Prolongado comportamiento que los impulsó a reconocer en Ella, la Bendita entre las mujeres, a su propia madre, su propia hermana; y a comportarse con Ella como auténticos hijos, como devotos hermanos.

Relaciones recíprocas tan incisivas, que les consienten el reconocer en María un miembro efectivo de la Orden: Virgen Carmelita. Relaciones tan vivamente sentidas, que empujaron a los nuestros a elegirse y reivindicar un título mariano; a hacerse llamar Hermanos de la Beatísima Madre de Dios y siempre Virgen María de Monte Carmelo.

Un título honorífico, presentado por la Santa Sede como una apropiada “decoración”, providencialmente conferida a la Orden.

Un título envidiable de pura nobleza, que inspira –al mismo tiempo- orgullo de pertenecer a María, confianza y ternura en el comportamiento con María.

Un título existencialmente comprometedor, porque postula del auténtico carmelita una coherencia de vida entre pensamiento y comportamiento, sugiriendo –conforme al ideal del Carmelo- una actitud colmada de amor, de confianza, de abandono, como corresponde a hijos y hermanos de una familia particularmente querida por María. Exige, sobre todo, semejanza de actitudes con María, la “Toda Santa”: la obra más luminosa y más transparente que ha hecho el Espíritu Santificador en una simple criatura.

P. Eugenio Mas Lacave O. C. D